jueves, 11 de marzo de 2010

Nieve. Reseña

Nieve es una de las novelas más hermosas que he leído. En ella Orhan Pamuk, además de pintar un cuadro lo suficientemente grande como para introducirse en el drama político y religioso de Turquía, incluye interesantes acercamientos a los temas del amor y el arte.

Recuerdo una idea iluminadora que Pamuk ofrece en palabras de su protagonista, un poeta y supuesto periodista: “Ka me había dicho mucho antes que un buen poeta sólo tiene que girar alrededor de las poderosas verdades que encuentra ciertas pero en las que teme creer porque estropearían su poesía y que es precisamente la música oculta de aquellos giros lo que forma su arte”.

Como si fuera una síntesis de su propio giro, Nieve juega con la seducción de aludir más que señalar. De bosquejar, mas no de rematar. He ahí una de las mayores virtudes de la buena escritura: la sugerencia.

Y no me refiero sólo al fascinante hecho de que Pamuk considere más poderoso el no revelar explícitamente las líneas de los poemas de su protagonista, sino solamente las reconstrucciones memoriales de ellos; me refiero también al modo en que su acercamiento a la política turca lo cuida de caer en un compromiso ideológico entorpecedor. El golpe político más certero y doloroso es el que busca estar al margen de las ideologías.

Nieve narra el regreso de Ka, exiliado en Alemania, a su Turquía natal. Desde Estambul es enviado por un periódico a una lejana población fronteriza, Kars, donde el clima social se encuentra al rojo vivo: Hay una ola de suicidios de chicas islámicas a las que se les prohíbe llevar velo a las universidades, según las leyes turcas. Además, el partido islámico se encuentra a punto de ganar las elecciones locales. Al amparo de una tormenta de nieve que incomunica la ciudad por tres días, Pamuk configura tres jornadas frenéticas en las que islamistas, militares, laicos, kurdos, ex socialistas y supuestos terroristas enfrentan sus destinos ante la vista del confuso Ka, que lleva más de cuatro años sin escribir un solo verso, y repentinamente encuentra la inspiración perdida.

Una novela como Nieve evidentemente no podía pasar desapercibida por los grupos políticos de Turquía. El propio Pamuk cuenta acerca de la recepción de su texto en una entrevista de Miguel Ángel Villena, publicada por el suplemento “Babelia” de El País:

Mire, este libro no trata de soluciones. Le pondré un ejemplo más claro, este asunto del velo, que todavía es un problema muy grande en Turquía. Los periodistas turcos me preguntaban por el libro y me decían que yo había definido la postura política de todo el mundo intentando identificarme con todas las personas. Con las niñas, con los laicos, con la gente como Ka, etcétera. Así que me preguntaban: ¿cuál es tu punto de vista, cuál es la solución? Y mi respuesta es que este libro no pretende solucionar los problemas de Turquía o imponer soluciones a los problemas políticos de Turquía.

De lo que se trata en este libro es de comprender a la gente que ha quedado totalmente atrapada por estos problemas de laicismo, islamismo político, modernidad, tradición, amor a la familia y la imposición de una manera de pensar, vestir, hacer”.

Como más adelante explica Pamuk, el tema de la novela es político, mas no su fin. Se trata simplemente de una intensa descripción de la problemática turca a fines del siglo XX. Porque a diferencia de otros países como Irán o Arabia Saudita, donde religión y política son una misma materia bajo el amparo de la ley coránica, Turquía es un país laico. En 1923, al derrumbe del Imperio Otomano, el militar Mustafa Kemal Ataturk instauró la República Turca. Desde aquél momento, el país ha transitado un contrastante proceso de occidentalización dentro de una población eminentemente islámica. Y actualmente está a un paso de acceder a la Unión Europea.

Turquía, como frontera de oriente y occidente, es el gran tema de la literatura de Pamuk, como lo demuestra su más reciente libro: una autobiografía mezclada con las memorias de su ciudad natal: Estambul, ciudad y recuerdos, donde define el extraño sentimiento de amargura que produce, colectivamente, una ciudad que convive con las ruinas de un esplendor ya lejano: el Imperio Otomano. Un repaso muchas veces periodístico, como si se tratara del columnista Celal, cuyas ficticias columnas acompañan la trama de su mejor novela, en mi opinión, El libro negro.

Mientras que novelas de tinte histórico como El castillo blanco o Me llamo Rojo (donde también se aborda el contraste entre oriente y occidente) han determinado su éxito entre la crítica, Pamuk es también autor de una novela extraña y sumamente poética, La vida nueva, que parece llevar hasta la más profunda abstracción su búsqueda de la identidad turca, y su fascinación por otra gran dicotomía: la realidad y la escritura.

Fronterizo no sólo en lo geográfico sino también en lo cultural, puente de culturas, Turquía sigue en pie, caminando hacia el centenario de su legendaria unión entre laicismo político e Islam. Fronteriza así mismo, la escritura de Orhan Pamuk hurga en la música oculta que guarda su nación. Y de sus diferentes tonos, el más recomendable para introducirse al conjunto de su obra resulta Nieve.

Si el viajero que se sentaba junto a la ventana no hubiera estado tan cansado del viaje y hubiera prestado un poco más de atención a los enormes copos que descendían del cielo como plumas, quizá hubiera podido sentir la fuerte tormenta de nieve que se acercaba y quizá, comprendiendo desde el principio que había iniciado un viaje que cambiaría su vida, habría podido volver atrás.

Pero volver atrás era algo que ni se le pasaba por la cabeza en ese momento. Con la mirada clavada en el cielo, que se veía más luminoso que la tierra según caía la noche, no consideraba los copos cada vez más grandes que esparcía el viento como signos de un desastre que se aproximaba sino como señales de que por fin habían regresado la felicidad y la pureza de los días de su infancia. El viajero sentado junto a la ventana había vuelto a Estambul, la ciudad donde había vivido sus años de niñez y felicidad, una semana antes por primera vez después de doce años de ausencia a causa del fallecimiento de su madre; se había quedado allí cuatro días y había partido en aquél inesperado viaje a Kars. Sentía que la extraordinaria belleza de la nieve que caía le provocaba más alegría incluso que la visión de Estambul años después. Era poeta, y en un poema escrito años atrás y muy poco conocido por los lectores turcos había dicho que a lo largo de nuestra vida sólo nieva una vez en nuestros sueños…”.
 
Por José Juan Zapata Pacheco, Blog Baúl de Long Plays

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