viernes, 19 de noviembre de 2010

Alondra, Dezsö Kosztolányi

Ediciones B, Zeta bolsillo, 2010, (trad. Judith Xantús).

Dezsö Kosztolányi (Szabadka, 1885-Budapest, 1936) fue uno de los primeros colaboradores de la mítica revista Nyugat, que aglutinó a la vanguardia artística de Hungría y tuvo su época de esplendor antes y después de la Gran Guerra. La ciudad de Szabadka es una ciudad de provincias, un poblón, como se llamaba en España con desprecio a las ciudades del estilo, y en ella se inspira Kosztolányi para crear su literaria ciudad de Sárszeg, en la que se sitúan algunas de sus novelas, Alondra

entre ellas. Los húngaros se sentían —como ocurría en casi todos los países europeos que no estaban en vanguardia, por otra parte, entre ellos el nuestro— atrasados, alejados del centro y, verdaderamente, el campo mantiene un estilo de vida cuasi feudal. Sólo «Buda», Budapest, adquiere en la época una vitalidad y una efervescencia cultural que la asemejan a París. Dezsö se fue pronto a Budapest y allí se quedó, trabajando como periodista durante toda su vida y publicando una profusa obra muy variada.

Alondra es una joven —no ya tan joven— muy fea. No tan fea como para ser observada constantemente como monstruosidad pero sí lo suficientemente fea para que la gente aparte de ella la mirada. No es siquiera mera fealdad; es una fealdad desagradable que, de alguna manera que no identificamos, incluye el alma. Su propio padre, que la ama, al verla bajo una sombrilla, piensa: «Una oruga debajo de un rosal».

Además, tiene ya 35 años, lo que para la época era haber perdido, en la práctica, la posibilidad de formar una familia, por buena que fuera la dote que guardara para el caso. Lo que se ha llamado, durante mucho tiempo y hasta no hace tanto, y que aún hoy en día se mantiene vivo el subconsciente y no tan subconsciente de muchas personas, una solterona. En Qué bello es vivir, el protagonista disfruta del privilegio de ver qué habría sido de los que lo rodean si él no hubiera nacido: uno es un alcohólico, otro es malvado, la ciudad se ha entregado al vicio… pero lo insoportable es que su esposa, su alegre e independiente esposa, es… ¡bibliotecaria!, ¡solterona! Eso no lo soporta. Por eso decide que sí, que quiere recuperar su vida.

Cuando el destino de la mujer es el matrimonio y la crianza de los hijos y no hay más opciones, ser solterona es ser un cadáver en vida, un individuo no realizado, una mujer no mujer. Y la novela de Kosztolányi refleja el aburrimiento, la mezquindad angustiosa de una vida tal, no sólo para Alondra sino para sus viejos padres. Porque la novela no trata, o no sólo, sobre Alondra, sino sobre sus padres. Alondra se va una semana a casa de unos parientes, y todo cambia. Los sentimientos encontrados de los padres respecto a Alondra los enfrentan a sí mismos y a su vida. La ciudad es otra. Tan pronto la vida que llevan cuando Alondra está a su lado semeja un sueño, un presente continuo en el que jamás ocurre nada, como es la vida a la que se han entregado o que los ha atraído durante esa semana la que se convierte en un sueño habitado por fantasmas. Tan pronto el hogar es fantasmal como lo es la ciudad. Desfilan personajes magistralmente retratados por Kozstolányi en una pincelada, con una perspicacia impactante. La pequeña ciudad de Sárszeg en 1899 (la novela es de 1925) puede ser cualquier pequeña ciudad europea, no sólo del fin de siglo sino de una época que se extiende hasta no hace tantas décadas en nuestro país, por ejemplo, y valga como muestra la institución del casino como centro social. Fuera de la historia, anclada también en esa duración eterna que es el presente. Un presente sin fin. La burguesía y los bohemios: el médico, el boticario, el jefe de bomberos, el periodista, el juez, los actores y las actrices.

Si tuviera que resumir el tema de la novela diría que trata del silencio hondo, el de la represión, el de lo que no se menciona, ni a uno mismo, para que no exista. De los sentimientos que se entremezclan con el amor más profundo cuando la desgracia anda en juego. De la tristeza que se pega al cuerpo como neblina, sin verse.

Muy recomendable, al igual que todas las obras de Kosztolányi, de quien Sándor Marai dijo: «Todo lo que Deszö Kosztolányi escribe es invariablemente perfecto».

lunes, 6 de septiembre de 2010

El mismo mar de todos los veranos. Esther Tusquets. Anagrama.

En la contraportada una fecha, Diciembre del 90, como a la autora, a mí comienza a sucederme lo mismo: un instante de mi vida en la que todo pareció suceder hace mucho tiempo. En cualquier caso al menos su lectura se repite por tercera vez otro verano. No es tanto a lo largo de algo más de 20 años, si lo piensas bien. Y una vez abierto, sus palabras continúan guardando el mismo frescor, su lectura hipnótica sigue atrapándome y los pensamientos concéntricos, entrechocados y convulsos de la protagonista me sumergen de nuevo en su historia, en su desesperación y hastío, la indiferencia hacia una vida que no eligió. Un libro plagado de juegos, intentando retornar a la inocencia que significaban en la infancia pero ahora imposible, ahora que los juegos se trocaron en disfraces. Y el amor como sueño imposible por la existencia de la traición, la traición de ellos hacia nosotros, de nosotros a nosotros mismos, a nuestras aspiraciones y sueños, también.
Y mientras leo no puedo evitar preguntarme dónde quedaron esas mujeres, por qué la mayor parte de las que publican ahora – no todas, para mi goce, ¡menos mal!- sólo hablan de criptas y costuras, con un poco de suerte de filosofías en compota que tampoco conducen a ningún sitio, dónde la individualidad y la identidad de la mujer al margen de unos hijos, de un marido, también de unos padres. Ellas y sólo ellas, y su escritura por supuesto. Y me digo -como siempre que se trata de literatura- que no pertenezco a estos tiempos, que pocas son las mujeres publicadas, e imagino las que viven, que siguen tras esa búsqueda y ahora todo parece botox entre las letras, artificio y cotidianidad mediocre, mucho más encerradas que aquellas otras que vivieron tiempos oscuros. Pliegues bienpensantes y sumisos, nosotras, ellas, las mujeres, cada día más desdibujadas en función de sus laborales que ya no son las caseras pero asfixian con mayor fuerza. Nada de sorpresas en sus reflexiones, ningún interior en el que hallarse, todo de cara a la galería y en literatura sólo un vacío de delimitación asexuada. Una búsqueda desprovista de rebeldía y cantares de vida, sin abismos a los que asomarse.

Una tristeza pero el libro no, el libro nos recuerda que a pesar de que se repita sigue existiendo el mar. Y tal vez algún día vuelvan a cantarse, volvamos a cantarnos, a nosotras mismas.


viernes, 2 de julio de 2010

El iris salvaje, Louise Glück

El iris de Louise Glück no puede ser de otra forma que salvaje. ¿Cómo hablar del pan, de un gato que se revuelca, de un hombre, uno simple, y hacer poesía? Poseyendo un iris que sea lo suficientemente salvaje como para ver que la luna, aunque ahí arriba, como inalcanzable, como cansada, la luna sigue estando más que viva, y vivo, ridículamente vivo se queda cualquier amante de la poesía leyendo los versos de esta escritora estadounidense (Nueva York, 1943). Un niño ahora ríe descarado en el jardín que hay debajo de casa y me pregunto si tengo derecho a cargar con esa carcajada, si podría llevármela sin pedir permiso, convertirla en poema, o maldecirla, y tengo fe ciega en que Louise Glück sabría cómo enfrentarse a la alegría exagerada de un adolescente al que le entra el verano, con todo su tiempo libre para perderlo, le entra el verano por los ojos y se dinamita en su interior. Imagino a Louise Glück escribiendo con sufrimiento, también puramente, sin un preámbulo, aceptando la derrota de antemano, la huida que supone el mero hecho de sentarse a escribir unos versos, para poder gritar y que no se nos seque la boca para siempre, que se nos quede abierta y alguien tenga que venir a cerrarnos los ojos porque se nos ha quitado todo lo que teníamos, se nos ha olvidado. Me la imagino escribiendo con el pulso firme, ordenando como si fuera un cuarto toda su vida, esparciéndola para poder verla de lejos, o tan cerca que apenas se pueda apreciar, haciendo una especie de collage: y me la imagino siendo egoísta escribiendo, necesitándose a ella, a la Louise que cocina, a la Louise que cuida de sus hijos, que riega una planta que no soporta el calor, necesitando de todas las que ella es para poder después mostrarnos descarada su vida, dejándonos a todos desnudos siendo una mujer todas las mujeres, una madre todas las madres, una esposa todas las esposas, vertiendo luz como si fuera agua sobre todo lo que está escondido, encima justo del dolor o el rencor, o de la felicidad efímera e injustificada, vertiéndose infinita como si fuera una fuente y salpicando sobre el tiempo que no es más que un gato que se ha lamido los pies y va dejando huellas mojadas por donde pisa. Descorazonada y poetisa, Louise Glück no tiene secretos para con su escritura, no le guarda heridas, ni la utiliza como si fuera un cuerpo facilón, se sincera, se muestra débil, humana, y deja que la poesía entre por dentro y la infecte y después el resultado sea este dolor como de vida, este lector como de muerte. Es insoportable ese monólogo suyo, ese encaramiento con alguien a quien nosotros creamos, a quien le buscamos un rostro conocido pero que sólo le pertenecerá a ella, es feroz esa manera de hablar, el poco pudor que le debe al lector, sometiéndolo a una vida que, de pronto, te toca y ya te sientes obligado a vivir, es culpable Louise Glück de que todos finalmente vayamos a convertirnos en la misma persona si la leemos, creyendo que seríamos capaces de escribir lo que ella escribe, de vivir la antesala del poema, la purificación posterior, todos nos convertimos en ese interlocutor suyo, en esa respuesta que busca y que injustamente no le llega, que todos buscaríamos si nos atreviéramos. La luna sigue estando más que viva. El iris de Louise Glück es más que salvaje.

sábado, 12 de junio de 2010

Crucigrama, Isabel Núñez

Me he sentido, leyendo Crucigrama, como esa mujer -supuesta Isabel Núñez- que va en el autobús y, entre la escena de siempre, se encuentra con una vieja que lleva atado a la cabeza un pañuelo naranja y habla por teléfono. Escuchando inevitablemente la conversación con su interlocutora, nos enteramos de que está asistiendo a quimioterapia y que, probablemente por los efectos secundarios agresivos e hirientes de la medicación, se oculta en un naranja llamativo y en cualquier vida cotidiana y banal. Así me siento leyendo Crucigrama, sentada en un autobús, quizá recién abandonada por un amante justamente un domingo por la tarde, escuchando sin querer los cuentos que Isabel Núñez quiera contarme. Más intimista que Algunos hombres... y otras mujeres, este libro de relatos te sumerge en una nostalgia y extrañamiento que sólo pueden tocarte si, como la mujer del autobús, te implicas en lo que hay detrás del pañuelo naranja, en todo lo que hay oculto bajo las letras -ya reconocibles de otras muchas- de la escritora. Empezando por el relato que da nombre al libro, estás en sobreaviso: quizá es la primera vez que se pueda escribir de esa forma, quizá nunca antes el velo de la culpabilidad había caído y, ante la enfermedad de su padre, se ha desplomado como si pesara, a lo mejor te encuentras con que, en vez de un rizo rubio que cae y se vuela, esta vez es una máscara, una coraza. Y te dejas igual acorralar por la brevedad y lo concentrado . Siempre en el marco familiar de Cadaqués o Barcelona, Isabel Núñez se pasea con soltura por historias que nos pasan por alto, o por bajo, todos los días. Sin embargo, pienso mientras leo los relatos, sin embargo, hubo un momento en el que decidió hablar de ese momento que quizá no duró más que media hora, lo recoge, lo rescata, lo convierte en cuento... y es eso inquietante lo que te hace preguntarte si, debajo del pañuelo, hay una cabeza sin pelo, si, detrás del teléfono, hay una mujer que siente lástima, si, detrás de la tranquilidad de la vieja, hay un desespero que clama, si, dentro de ese autobús, alguien más siente como tú.

Editorial H2o,
78 páginas

viernes, 11 de junio de 2010

Cuanto sé de vos, MJ Romero

La primera vez que leí el título de este poemario de MJ Romero, le puse un acento que no existía. Estuve días, quizá semanas, refiriéndome a ellos como: cuánto sé de ti. Como exclamando, como admirada: oh, cuánto sé de ti, cómo te conozco. Y pronto, no por la ausencia clara del acento, pronto me di cuenta de qué quería decir ese título, porque conocer a MJ Romero es desconocerse, es límitarse indoloramente: cuanto sé de ti es esto, que no es tan poco, que es apenas nada. Por eso no me ha extrañado que empiece con un poema titulado Nada que sé de ti, porque nada sabemos de vos, nada sabemos de ella, ni casi de nosotros, pero poco escuece ese remoto desconocimiento constante y algo chillón, porque se pueden incluso encontrar, si se quiere, si se está dispuesto, se pueden encontrar nidos en la O de vos y, si se intenta, tener un corazón pera, o abrir un ojo para ver cuándo apuntan al corazón. MJ Romero, sus poemas, son puro laberinto y regocijo de la extrañez. Uno se siente, ante la lectura de la poeta, como en una pecera: todo transparente, todo al alcance de los ojos, tan nítido, acuático, cómodo, pero lejano, pero con un cristal en medio de la realidad y el espacio, porque nunca se llega a lo que importa, que es el exterior, que es el esqueleto del poema. Uno se siente un pez y nada y se sumerge y contiene la respiración, gira sobre sí flotando y vuelve al cristal, por si hubiera desaparecido. Así nos muestra MJ Romero su realidad, su vos, su literatura, acercándonos a una verdad tan absoluta que nunca se podrá alcanzar, así nos muestran sus letras lo que nosotros queremos leer, nos lo desnuda, nos lo muestra, para después dejarnos en un mar lleno de contradicciones, sin cristal, náufragos, huérfanos de una protección que nos defienda de una belleza exótica y única, exclusiva suya.

Kornel Esti. Un héroe de su tiempo, Dezsö Kosztolányi

Bruguera narrativa 2007

Dezsö Kosztolányi (Hungría 1885 – 1936) es uno de los mayores escritores húngaros, uno de esos autores centroeuropeos que se han vendido redescubriendo los últimos años para nuestro gozo y edificación. Otro húngaro para amar. Tuvo éxito en vida, como muestra el prólogo de Thomas Mann a una de sus primeras novelas, Nerón, el poeta sangriento, por ejemploo, y fue traductor y escritor de amplio registro, con libros de poesía, novelas y ensayo.
En el título, Kornel Esti. Un héroe de su tiempo, se apuntan ya el retrato de una época y un mundo así como el tono paródico –sin acidez; más bien ternura y una honda comprensión de los asuntos humanos-- que podemos esperar.
El narrador y su entrañable amigo Kornel se encuentran de adultos después de muchos años de distanciamiento. Ambos se sienten incompletos, “¿De qué sirve el poeta sin el hombre? ¿De qué sirve el hombre sin el poeta?”, y acuerdan unirse en una obra conjunta, el presente libro, narración de las aventuras de kornel Esti, que no ha triunfado y sigue siendo un bohemio de corazón. El narrador, por el contrario, se ha acomodado y se siente alienado. Personalmente considero que este acuerdo no es sino un desdoblamiento –liberador- del narrador. El gran tema de “el doble”; pero si esto es así o no es secundario para la apreciación de la obra. Allá cada lector.
El tono es lírico, tierno y humorístico. La otra obra que he leído de Kozstolányi, La cometa dorada, es una tragedia -maravillosa- y me ha sorprendido muy gratamente descubrir esta otra faceta suya. La misma penetración en el alma de los hombres, la misma ternura, pero qué gracia. Se lee sonriendo, o incluso riendo a carcajadas.
Hay muchos episodios memorables, unos por cómicos, otros por tiernos, otros por su exceso expresionista construido por amontonamiento, pero personalmente me quedo con el retrato de la sociedad bohemia e intelectual de los modernos. El propio título del capítulo –y todos son del estilo paródico de éste- es encantador en sí: “Donde se nos proporciona la descripción animada e instructiva de un solo día de entre semana, el 10 de septiembre de 1909, y se evoca la época en que Francisco José I ocupaba aún el trono, y las cafeterías de Budapest sólo albergaban poetas modernos adscritos a distintas escuelas y tendencias. “ Los modernos, siempre modernos. Parece que los pudiéramos ver hoy en día, a esos Max Estrellas, a esos pombianos, fauna siempre nueva y siempre vieja. Y no es el único capítulo en que se parodia a los "poetas".
Una muestra de su mirada:
“Debo admitir que el pueblo alemán es enigmático, más que cualquier otro. Piensan constantemente. Me encontré con unos cuantos adolescentes que “por principio” sólo comían alimentos crudos, que “por principio” realizaban cada mañana ejercicios respiratorios, que “por principio” se acostaban en lechos duros, sin manta, incluso durante el frío invierno.”
Trabaja poco con las expectativas, a la manera del relato sorprendente, de desvelamiento controlado, actual. Es más bien una serie de retratos, de anécdotas, una especie de costumbrismo expresionista, que va dejando en el lector un gusto amable y divertido.

jueves, 10 de junio de 2010

Cuatro hermanas, Jetta Carleton

¿Si Jetta Carleton hubiera empezado a escribir de soltera, joven, con toda una vida por delante, habría sido capaz de engendrar una novela como Cuatro hermanas? ¿Si sólo hubiera empezado a escribir un poco antes, lo suficiente para que no tuviera sólo una novela escrita? ¿Si hubiera muerto más tarde, habría escrito más, habría llegado a ver publicada su obra? ¿Se convertiría en una Bartleby más, en una Rulfo, habría guardado silencio o simplemente el nivel de sus siguientes escritos no hubiera estado a la altura? Cuando empecé Cuatro hermanas, a las veinte páginas, cuando todavía no tenía saciada la curiosidad -¿por qué salen tres muchachas en la cubierta y no cuatro?-, ya estaba angustiada sabiendo que no me quedaría otro universo más de Jetta Carleton, que tendría que acogerme para siempre a esa familia que dibuja y desdibuja, que quizá fue la suya, que quizá no fue de nadie y ahora es tan nuestra. Pero, desdramatizando y siendo justos, qué importa que sólo tenga una novela, qué importa que no nos quede nada de ella, que no supiera que llevaba adentro una escritora inocente pero cultivada, qué importa si ya es suficiente con Callie, Mathew, Leonie, Jessica, Mathy y Mari Jo, qué importa si Ed, qué importa si Mis Haggar o Charlotte Newhouse o Alice Wandling. ¡Al diablo, qué importa lo que hubiera podido ser si ya forman parte de una realidad rural y lejana, rural y cercana, rural y nuestra! Fragmentada en cada uno de los miembros de la familia, uno se ve incapaz de juzgar o criticar valores: una vez tienes claro qué está bien y qué está mal, como un lector justo e imparcial, descubres un nuevo hilo del que tirar, de donde sale otra voz, otros miedos, otras dudas, otro rezo, otra fe. De entre muchachas alegres con sombreros y flores silvestres bajo los pies, el respeto, la educación, el adulterio, el deseo, la infancia y la estúpida madurez, de entre todo lo que Jetta Carleton reúne como banalidad y convierte en existencial, de entre todos ellos nace una luz que es el mundo, la vida, y acaba uno rindiéndose a los pies de un milagro que somos nosotros mismos, una mariposa, una cinta celeste, cualquier cosa, cualquier cosa, y se siente uno agradecido y complaciente, campesino, de mejillas rosadas: en paz, efímeramente conformista con la palabra de Jetta Carleton (más allá de Dios, o más acá).

Editorial Libros del Asteroide,
432 páginas

domingo, 23 de mayo de 2010

¿Por qué mató Julio Galope?, Héctor Sánchez Minguillán

¿Por qué iba a matar Julio Galope sino por la misma muerte? La improbabilidad de que una desgracia -y me alejo del rencor o la venganza para decirlo- pueda rescatar una sonrisa, que venía tiempo atrás quedándose rota en la garganta, se descubre totalmente desnuda y ruborizada en este libro de Héctor Sánchez Minguillán. Julio Galope se mezcla con lo mezquino y con la poesía, con lo macabro y la vanidad, se esconde tras las manchas de humedad que hay en las paredes de un bar que, a ciertas horas, se convierte en clandestino. Jon sin Hache, Julio Galope, Adolfo Somera, Severiano, Tomás Cedros, Moratones y Roberto Guate se encierran en La Cueva y juegan a ser dioses torpes y vergonzosos, juegan a jugar con la vida a falta de tantas otras cosas. ¿Se puede juzgar, pues, a una persona que no mata, no golpea, no decide, no arriesga, pero se refugia en una apuesta que se centra única y exclusivamente en la desgracia ajena? ¿Puede una victoria ruin y despreciable como ésa salvarle la vida a alguien que no la tenía necesariamente en peligro? Porque Julio Galope quiere volar por una vez y avistar su sombra acariciando la piel de la tierra, igual que si fuera un cáncer buscando localizaciones para su rodaje último y, aunque no lo pide, uno le otorga el beneficio de la duda, la compasión y, mezclándose en su cuaderno, incluso el perdón. Héctor Sánchez Minguillán juega, como los apostantes, a jugar con el lector, y pone a prueba su integridad moral, coquetea con lo políticamente incorrecto y acaba llevándole por los caminos de la lírica descubriéndole ese lado de Julio Galope de la segunda parte donde se encuentran versos como: A la isla la tienta el buceo. Y así es como uno se acaba sumergiendo -se acaba dejando estrangular, dulcemente ahogar- en ese monólogo constante y limpio de un narrador que, quién sabe, podríamos ser cualquiera de nosotros, tan vulnerables.

Editorial Aguaclara,
118 páginas

lunes, 17 de mayo de 2010

Algunos hombres... y otras mujeres, Isabel Núñez

Al libro de Isabel Núñez se llega como a un juego: palmeas contra la pared, te giras, y la ves a ella, palmeas contra la pared, te giras, y apenas queda un tirabuzón rubio que va cayendo al suelo meciéndose como una pluma desganada. Y, tengo que reconocerlo, al empezar Algunos hombres... y otras mujeres, sentí que las reglas eran demasiado estrictas y que no me iban a dejar nada para la imaginación, que en esa coctelera, como cita la contra, en esa coctelera agitada con lo vivido y lo imaginado, no iba a quedar ni un sólo hueco para que mi mente pudiera viajar. Pero al poco me di cuenta de que el curso de ese viaje no iba a ir por ahí: de pronto ya no es la vida de Isabel, de pronto ya no es su cuerpo, ni su cara, ni su libro, sino un amante que te está seduciendo en cada página, un olor antiguo y atrayente que te coge hacia sí y la curiosidad no alcanza para tanta sensualidad. Probablemente fuera mi pudor de haberla conocido antes como persona que como escritora lo que me hacía sentir un leve pudor al adentrarme en eso autobiográfico con lo que se juega en los relatos, pero pronto empieza a cubrirte una oscuridad como en un local donde nada es lo que parece, donde todo se está insinuando, y la claridad no hace más que molestar hasta que desaparece como una gata. Cuando aceptas todas las sombras, cuando entiendes que todo disfraz se acepta, te aclimatas a la claridad de Isabel, a su descarada sinceridad, a que no lleve vestido, a que esté despeinada, y es entonces cuando el libro adopta un olor y una erótica de la que no te escapas. Por eso es como entrar en un juego, por eso es como si fueras un principiante, como ese chispazo primero y único y quizá también torpe, como eso eléctrico que aparece tantas veces en los cuentos de Isabel, por eso es un juego, porque una vez te giras y está ella, y otra, ya se ha escapado y sólo queda el maldito rizo, con un aroma que ya te resulta familiar: una apuesta honesta, un goce sincero y libre.
Editorial menoscuarto
198 páginas

lunes, 19 de abril de 2010

La trilogía de Deptford (3 vol.). Robertson Davies. Ed. Asteroide.

En los últimos tiempos, y gracias a la labor editorial de Asteroide, he llegado a conocer a diversos autores, cuyas obras nunca se habían editado antes en nuestro país o habían pasado inadvertidas. No puedo por menos que aplaudir su labor y reconocer los buenos ratos que me están haciendo pasar. Davies es uno de esos autores desconocido para mí, un autor canadiense y del que, para haceros una idea, es posible que lo disfrutéis si previamente lo hicisteis con Dickens, con John Irving o con Iris Murdoch (con pinzas: los elementos comparativos siempre ayudan a las aproximaciones aún cuando no siempre sean exactos). Su forma de hilar diversas historias entrelazadas cautivándonos con ellas, de presentar personajes estrambóticos y aderezarlo todo con un humor muy británico, fruto de su educación juvenil en Oxford, podría recordar a cualquiera de estos autores, incluso una deliciosa amalgama de ellos. Y mucho más, por supuesto, aportado por la capacidad narrativa de Davies, que no es poca, su erudición que a veces conseguía dejarme apabullada, y la agilidad y elegancia al narrar.

La trilogía (adictiva, no se me ocurre otro término más acertado) de la que hablo, narra la vida y muerte de Boyd Stauton desde tres puntos de vista. Los libros podrían leerse por separado sin ningún problema pero perderían así su carácter de trama entretejida, donde ningún hilo parece innecesario y no existe puntada que no sea brillante al ser relacionadas. Esta trama, aparentemente caótica, desenfadada, formada por personajes entrañablemente chiflados y asombrosos, podría llevar a engaño y hacernos olvidar la hondura y solidez de muchas de las reflexiones de sus personajes, donde contemplamos un crisol de comportamientos humanos, tan de carne y hueso en sus dudas y sentimientos que olvidaremos lo rocambolesco de sus personalidades para compartir su humanidad.
Y defiendo la lectura de sus obras a pesar de que las dudas y pensamientos filosóficos de algunos personajes, sobre el concepto de destino, la moral que marca la diferencia entre el libre albedrío y la predestinación -consecuencia según he leído de su educación baptista- estén en las antípodas de mis planteamientos existenciales. Aún así, no he podido dejar de disfrutar con sus idas y venidas, entre conceptos de salvación y su búsqueda, con la inocencia que caracteriza a los personajes de Davies. Tal vez sea eso, la inocencia y en ningún momento la imposición. Una perfecta credulidad en todo, mantenida en guardia por un vizaz escepticismo ante todo que ponía el autor en boca de uno de sus personajes y máxima a la que no podría por menos que aspirar yo misma.

En fin, no se me ocurre mejor recomendación de lo último leído por mí, disfrutad, disfrutad de su lectura como adolescentes recién llegados a la lectura compulsiva, gustosamente enganchados.

*Trilogía de Deptford: El Quinto en Discordia, Mantícora y El mundo de los prodigios.

domingo, 4 de abril de 2010

Dibujos del pensamiento



Mu mala calidad de imagen, sorry. Habrá que tener más cuidado la próxima vez...

Un tranvía llamado Deseo

La primera obra que leeremos en alta voz, y con cierto grado de interpretación cual dios manda, es decir, con cuidado, en el Taller de Teatro Léído. Por lo pronto somos poquitos. Pero, poco a poco, más. Y más. Y más. De Un tranvía llamado deseo nos gusta todo, y ya hemos repartido los papeles pricipales. ¡Éramos tan pocos! Pero podéis animaros, cada dos viernes, a las 19.00. La próxima reunión es el viernes 16 de abril. Os recomendamos leerla con antelación....
Esto es muy divertido. Real fun. Hay muchas, muchas obras para elegir...
Se puede descargar DE AQUÍ donde dice "download" Un tranvía llamado Deseo. Del grandísimo Tennessee Williams...
Tennessee Williams - Un tranvía llamado deseo


Y en esta página Teatro e-books podéis encontrar más obras suyas. Y muchás más....

domingo, 28 de marzo de 2010

Tristana. Benito Pérez Galdós

Parto de la admiración sin fin que despierta en mí Galdós.

Si en España hubiera un sentir patriótico Trafalgar y El 2 de mayo serían los monumentos épicos nacionales. Mucho más que El Cid. Pero no lo hay, es evidente. Incluso así, el sentimiento épico puede ser comprendido. A punto estuve de levantarme de mi asiento en el cine gritando “¡Vive la France!” tras la escena final del Napoleón de Abel Gance. Y tras el discurso de Kenneth Brannagh en Enrique V –bueno, de Shakespeare- también quería gritar “God save the King” -o the queen or whatever. Sé apreciar una buena narración épica. Tras la lectura de Trafalgar y de El 2 de mayo bien podría haber gritado “¡Viva España!”. Porque la épica es lo que tiene. Aunque también es el género más susceptible de hacerme enrojecer de vergüenza cuando no alcanza la grandeza necesaria, es decir, el 99,99 % de las veces. Es lo que tiene el patriotismo. Sólo hay que ver cualquier película norteamericana.

Una vez me pillé un pedo en una boda y perseguí a un guardiamarina de salón en salón hasta que me prometió que leería Trafalgar. Era guapito, pero no lo perseguí por eso. Me parecía intolerable que no lo leyera. Me parecía estúpido que no fuera lectura obligatoria para un oficial de la marina. Qué desperdicio. Lo habría seguido hasta El Ferrol si no le hubiera arrancado aquella promesa. Lo malo es que no volví a verlo nunca y no sé si la cumplió.

Tristana. Sorpresa siempre renovada ante la riqueza de Galdós. Parto de un desagrado enorme por el desparpajo y la gracia populares, más los del pueblo de Madrí. También resaca de eso, supongo. Me recuerda la sobreactuación y falsedad de muchas películas en blanco y negro, esas chicas de ojos encandiladores y una gracia extrema, con ricito en el pómulo. Sin embargo, Tistana, ah, Tristana. Galdós. Ésta ha de ser una de las reseñas más absurdas que he escrito nunca. Pero he decidido subir todos los comentarios de libros que tengo hechos .o comenzados, como éste-, aunque me parezcan ridículos.

Tristana es tremenda. Tremenda novela. Da ganas de llorar. ¡Tristana! Grandísima mujer, fuerte, inteligente, valiente, llena de alegría. ¿Qué ha pasado? Tristana es un personaje trágico, porque el destino la persigue hasta que la obliga a aceptarlo. ¿Es eso?

Intentaré decir algo con sentido: Tristana es acogida por su tío. No es Catherine Deneuve, de ninguna manera. Aunque acepto a Fernando Rey como a su tío. Tristana es desgraciada por su tío, como se decía antes. Es decir, ya no es una mujer íntegra, ya no es apta para el matrimonio con un hombre decente. Pero a Tristana eso le da lo mismo. A Tristana el qué dirán le resbala. Es valiente y joven, y se enamora. Todo es como un viento de verano, ella puede devorar la vida con su pasión, su inteligencia, su alegría. Es correspondida. No hay moralismo ñoño en esta novela. Tristana sigue viviendo con su tío, personaje encantador, un don Juan decadente, un hombre recto, a su manera. Tristana tiene muchas lecturas; hay que tener en cuenta la parodia, también. Algo ocurre. En la portada de Alianza Editorial hay una pierna ortopédica. Tristana pinta, aprende piano, se extasía, se levanta… ¿Qué ocurre? No… no puedo decir más. El problema del no spoilers… Se me ocurre que podríamos utilizar el “leer más” con aviso de “no leer más” para poder hablar del sentido global de una novela sin temor a estropear su lectura por adelantar demasiada información a aquellos que no la han leído.

Galdós escribe como Dios. Fortunata, Jacinta… Qué mujeres. Qué personajes tan contundentes todos los suyos, qué alejado de lugares comunes, qué vida se siente latir en sus libros. Vaya comentario. En fin, si el entusiasmo sirve de algo, aquí está. Aunque es vergonzoso ponerse a dar palmadas ante Galdós. Como si me pusiera a comentar La Regenta como una novedad. Los maestros lo son por algo. Pero siento como si Galdós no fuera considerado como se debe. A veces no está mal no dar por sentadas las cosas.

Qué comentario. Pero lo dejo. La autocrítica me está anulando últimamente.

Humillados y ofendidos. Fedor Dostoyevski

Editorial Juventud

Se da nota a pie de página, al final, de la recepción de esta novela: un gran éxito popular. Apareció en la revista del hermano de Fedor Dostoiewski, Miguel, y supuso el despegue definitivo de la misma. La crítica se mostró dividida. Algunos la elogiaron sin reparo, pero otros la consideraron demasiado folletinesca y también observaron inconsistencia en algunos caracteres.

Y sí, estoy con ellos. Es un tanto folletinesca: muchas coincidencias inverosímiles en un contexto realista, muchas anagnórisis emocionantes. No es una de las mejores novelas de Dostoiewski, desde luego. Es perceptible su carácter de novela por entregas. Recuerda a las novelas por entregas de Dickens. Pero qué más da. Es un placer volver a leer a Dostoiewski, ahora y siempre.

La aparente simplicidad de una división del mundo en bondad-maldad queda desmentida por la complejidad psicológica de algunos personajes, y por ciertas flechas lanzadas a la oscuridad del alma humana. Unos pocos santos se desenvuelven en un mundo lleno de maldad y locura en que se compran niñas, se disimulan noches de desenfreno y disolución, e incluso algunos de los héroes íntegros y bondadosos sienten esa atracción de lo oscuro. ¿Cómo comprender un amor como el de Natacha, tan excesivo y destructivo para ella? La relación del protagonista narrador, Vania, con la niña, Nelly, es un punto muy oscuro en esta novela. Tiene trece años y está enamorada de él, y él siente por ella un enorme cariño, pero la cuestión es si llega a haber entre ellos algo más que cariño fraternal. Un par de frases en el libro sugieren que así es, un par de silencios llenos de significado. ¿Qué final de capítulo cuenta un regreso a casa?
“Volví a casa. Nelly me recibió con su diáfana carita.”

Parece evidente que Dostoiewski deja abierto el tema de Nelly, sugerido, apuntado como un desarrollo posible y tremendo de la novela.

El personaje del malvado príncipe Valkovski es no poco fascinante, y tenemos la oportunidad de observar sus artimañas en varias ocasiones y de leer dos largos discursos suyos en modo alguno maniqueos o infantiles. Pero la entereza moral de Vania es a prueba de tentaciones. Excepto, sospechamos, por Nelly que no es, de todos modos, para él problema alguno a lo largo de la novela. Nelly es una niña mujer, es un personaje fuera del orden natural de las cosas, un ser especial, un hada, un demonio. Vania ama a Natacha, que ama a Aliocha. Vania permanece a su lado en todo momento, la ayuda en todo, incluso cuando cree que Aliocha la hará desgraciada. Y no lo hace porque espere su oportunidad, sino por un imperativo moral, el del amor incondicional y el respeto a la libertad de los demás para ser desgraciados.

No cuento más. Ya he adelantado suficiente. La novela tiene un ritmo trepidante, mantiene la intriga. Petersburgo es nocturna, fría y llena de nieblas. No hay lugar, en la ciudad, para la pureza.

Claus y Lucas. Agota Kristof

Quinteto, 2007
Claus y Lucas es una novela sorprendente, cuando menos. Muy original. La primera parte –la primera novela, pues es una trilogía cuyos libros se escribieron y publicaron en lapsos de años- es un intento de utilizar un lenguaje denotativo en el que no caben opiniones, sentimientos, aproximaciones. Un intento exitoso, si pasamos por encima de la mirada inevitable, del punto de vista, de que lo que nos muestra -la autora, a través de los gemelos- es sólo algo de lo que nos podría contar, de la infinidad de posibilidades de la vida. Quienes lo hacen son dos niños, en primera persona, para hablar del mundo amenazante en torno a ellos, contra el que se ejercitan: ejercicios de endurecimiento, de inmovilidad, de hambre, de ceguera, de crueldad. Es imposible abrir este libro y no seguir leyendo. No hay ni un adjetivo, ni un verbo de sentimiento. “Sólo hechos”. Los niños no pueden decir “mamá nos quiere”, porque no tienen la seguridad de ello. Dicen “mamá nos abraza y llora”.
En la segunda parte los gemelos se han separado, y la ausencia del otro duele como si uno hubiera sido escindido. Está incompleto. Se abre. Conoce la amistad y el amor. La vida ya no está al otro lado de un cristal. Sin embargo, la tercera parte obliga al lector a reconsiderar esa vida. Es de difícil comprensión, o casi imposible comprensión. ¿Qué es una historia de una vida? La gran mentira es el título de una de las novelas. A través de la narración construimos la vida.
Es una novela experimental, de enorme interés y de lectura ágil. Sin concesiones. Su autora huyó de Hungría a Suiza y tuvo que trabajar durante años en una cadena de montaje. Habla con la misma seguridad con la que escribe, con una sencillez brutal: “No me interesa la literatura”.
Una mujer desesperada intenta ahogar a su bebé recién nacido en un río. Claus –o Lucas, no importa-, le pregunta si necesita ayuda. Él puede ahogar al bebé, si ella quiere. Ella contesta que no, que el momento ha pasado, que no puede. Entonces él los acoge, los ayuda, con la misma sencillez con que habría ahogado al niño. No hay el menor sadismo en esta novela. No hay ninguna crueldad. La impresión de extrañeza es grande a lo largo de la lectura. El distanciamiento de los hechos cambia los hechos.
En fin. Una novela que se puede encontrar ahora en las librerías con facilidad y que merece la pena leer, sin duda. Añado que en el grupo de lectura en que la leímos –yo la había leído antes- impactó y entusiasmó como ninguna otra hasta el momento.

Sandor Marai y su esposa.


Unidos para siempre. Como los cisnes.

viernes, 26 de marzo de 2010

Fotos de Capote


A Truman Capote le gustaba la cámara. Tiene magníficos retratos y muchísimas fotografías acompañado de personajes famosos. Aquí va una pequeña muestra.

jueves, 25 de marzo de 2010

Próximos libros

A sangre fría, Truman Capote
Puro fuego, Joyce Carol Oates

Claus y Lucas. Tertulia


Todo el mundo ha leído y disfrutado de este libro. Ayer V. me decía: -Tenías que elegir más así, como éste, para el taller.
Que se lean con esta facilidad y sorprendan de esta manera.
El libro es una trilogía, y la autora escribió y publicó cada uno de los libros integrantes con lapsos de años.
En el primer libro, Claus y Lucas, dos hermanos gemelos son confiados a su abuela, a la que jamás han visto, y que los llama “hijos de puta”, en el campo. La guerra no permite que continúen en la ciudad. Su madre no puede hacerse cargo.
Comienzan a escribir un Cuaderno en que anotan todo, con un discurso conciso y totalmente denotativo: no hay adjetivos, ni alusiones a sentimientos, creencias, esperanzas. Los hechos son tremendos, su lenguaje desnudo, de una pureza cortante.
Código moral estricto/dureza/ejercicios de endurecimiento. La discusión se centra en la parte ética, aunque no se mencione siempre directamente. Se oye la palabra crueldad, pero es casi común el acuerdo: no es crueldad. ¿Qué es? Algunos piensan que siempre favorecen al débil. Sí, siempre y cuando no suponga un daño para ellos.
Por una parte, según algunos, el estilo recuerda la inocencia, la pureza extrema con que los niños reales hablan del mundo. Esa desnudez de la narración. Por otra parte, el estilo también es requerido por la distancia emocional que se han impuesto, y que el lector necesita para poder contemplar adecuadamente esos hechos tremendos. Los gemelos son uno, no tienen personalidades independientes, y se encuentran separados del resto del mundo por un cristal muy limpio. C. observa que los personajes en esta parte ni siquiera tienen nombre.
En la segunda parte, uno de los dos -¿importa el nombre?- se ve obligado, se obliga, a relacionarse con el mundo. Descubre la amistad y el amor, el deseo lo empuja y, nuevamente, la compasión y la ternura. No por ello siente el menor remordimiento cuando sus intereses lo llevan a atajar limpiamente cualquier amenaza mediante el asesinato si es preciso. Es la parte más clásica, en el sentido de la narración, y de la historia: relaciones lógico-causales, como en las novelas a las que estamos acostumbrados.