lunes, 6 de septiembre de 2010

El mismo mar de todos los veranos. Esther Tusquets. Anagrama.

En la contraportada una fecha, Diciembre del 90, como a la autora, a mí comienza a sucederme lo mismo: un instante de mi vida en la que todo pareció suceder hace mucho tiempo. En cualquier caso al menos su lectura se repite por tercera vez otro verano. No es tanto a lo largo de algo más de 20 años, si lo piensas bien. Y una vez abierto, sus palabras continúan guardando el mismo frescor, su lectura hipnótica sigue atrapándome y los pensamientos concéntricos, entrechocados y convulsos de la protagonista me sumergen de nuevo en su historia, en su desesperación y hastío, la indiferencia hacia una vida que no eligió. Un libro plagado de juegos, intentando retornar a la inocencia que significaban en la infancia pero ahora imposible, ahora que los juegos se trocaron en disfraces. Y el amor como sueño imposible por la existencia de la traición, la traición de ellos hacia nosotros, de nosotros a nosotros mismos, a nuestras aspiraciones y sueños, también.
Y mientras leo no puedo evitar preguntarme dónde quedaron esas mujeres, por qué la mayor parte de las que publican ahora – no todas, para mi goce, ¡menos mal!- sólo hablan de criptas y costuras, con un poco de suerte de filosofías en compota que tampoco conducen a ningún sitio, dónde la individualidad y la identidad de la mujer al margen de unos hijos, de un marido, también de unos padres. Ellas y sólo ellas, y su escritura por supuesto. Y me digo -como siempre que se trata de literatura- que no pertenezco a estos tiempos, que pocas son las mujeres publicadas, e imagino las que viven, que siguen tras esa búsqueda y ahora todo parece botox entre las letras, artificio y cotidianidad mediocre, mucho más encerradas que aquellas otras que vivieron tiempos oscuros. Pliegues bienpensantes y sumisos, nosotras, ellas, las mujeres, cada día más desdibujadas en función de sus laborales que ya no son las caseras pero asfixian con mayor fuerza. Nada de sorpresas en sus reflexiones, ningún interior en el que hallarse, todo de cara a la galería y en literatura sólo un vacío de delimitación asexuada. Una búsqueda desprovista de rebeldía y cantares de vida, sin abismos a los que asomarse.

Una tristeza pero el libro no, el libro nos recuerda que a pesar de que se repita sigue existiendo el mar. Y tal vez algún día vuelvan a cantarse, volvamos a cantarnos, a nosotras mismas.